martes, 25 de noviembre de 2014

Nora, Magda y Lulú

    Es la cuarta vez que vengo a este restaurant. Desde que comencé a salir con Nora, cada viernes suelo esperarla hasta que sale de su trabajo, lo cual me da quince minutos de tranquilidad tras la rutina hasta que llega y bebemos algo mientras vemos qué hacer después. Hoy he llegado un poco antes, salí temprano del trabajo con la excusa de tener que realizar un pago bancario y me ha dado tiempo de comprar un libro para Nora. Aún dudo del impacto que esta lectura vaya a tener en ella comparada con la que yo presenté hace algunos años pero ya lo tengo aquí, envuelto torpemente con la bolsa de plástico de cortesía y la etiqueta del precio arrancada con las uñas.
    De nuevo me ha atendido la camarera más vieja del lugar, la más amable a la hora de las preguntas sobre los platillos y las más ágil en cuanto a la atención. Tengo la ligera sospecha de que ya me identifica: seguro sabrá que soy el tipo que espera a su novia los viernes por la tarde y que nunca pide aperitivos para hacer tiempo, seguro lo sabe. Ahora, por ejemplo, viene hacia mi mesa con una simple limonada dibujando una sonrisa sincera y accesible, ese tipo de sonrisas que marcan demasiado el rostro y que uno suele identificar en las personas que no muestran debilidad alguna pese a las amargas circunstancias.
    Regresando a lo anterior, creo que es demasiado temprano. Media hora antes en un lugar donde sólo puedo costearme una simple bebida antes de gastar junto a Nora me deja insatisfecho e incómodo. Hay poca gente a esta hora y, dejando de lado un poco eso último, debo admitir el porque me gusta esperarla aquí mientras acaba sus deberes y deja listas sus cosas para cuando regrese el lunes por la mañana a la labor. La tranquilidad que brinda este espacio aunado con el hogareño olor a cloro y lavanda entregan una especie de satisfacción para quien desea comer sin dudas sobre limpieza e higiene. 
 
    Han pasado apenas cinco minutos. No tuve más remedio que sacar el libro que he comprado y me he puesto a releer la descripción trasera de la contratapa. No entiendo por qué lo he comprado otra vez, comienzo a pensar que no fue una buena elección y ahora todo se torna en una necedad de querer sentir algo de nuevo al respecto. ¿Tendría que reprimir ese regalo? Es una buena edición.
    Mi bebida no ha recibido más de dos sorbos en los que llevo aquí sentado y la presencia de este nuevo libro no tarda en recordarme a Magda y los tiempos en los que ella significaba esta lectura, negándome verle a los ojos, mientras ella, centrada por el nulo pudor erótico del texto, se enfrascaba brutalmente en el seguimiento de las frases, las sensaciones, las palabras vulgares que desmenuzaba una a una a cada letra de una redacción excelsa en la que perderse era el primer paso.
    La imagen no tarda nada en presentarse en mis ojos y no reparo en más que sus manos: firme sostén de mantenerse en equilibro entre el mundo de Lulú y en el panorama que Magdita olvidaba. Habría de maldecirme en todas las maneras posibles si olvidara aquella vista hacia la muchacha de los cabellos grasos con tremenda hambre de redacción, siendo la sutil excusa de percibir su presencia por entre la demás gente que va y viene y que poco he reparado en notar. La tengo aquí, frente a mí, siempre otorgando el silencio con la mirada baja y el oído fino, escuchando mis breves comentarios a la par de un capítulo más. «¿Y luego, apoco no pudieron con la carga de trabajo de ese mes?», respondía por mi pereza expresada entre mis quejidos y suspiros, dirigiéndome miradas cortas sin perder el hilo de la conversación y dándome a imaginar lo húmedas que estaban sus bragas por el drama de Lulú.

    No creo tener tanto esperando y, sin embargo, el sentido del tiempo ha pasado a quedarse de lado. Nora suele retrasarse un poco con ese suave caminar que tiene y no me extraña su tardanza con lo que apenas le conozco. Ahora, justo en el lapso en el que suspiro por el simple capricho de quererlo, abro el camino prestablecido de entrometerme de nuevo hacia la contemplación imaginaria de tan hermosas manos, apoyándome fijamente el mentón sobre la base del libro y entrecerrando un poco los ojos, enfocando suavemente el blanquecino tono oliva de su piel. Es la quietud con la que se mantienen posadas el delirio en el que ahora me pierdo, de nuevo, en un silencio que se produce por flujos químicos y deseos del subconsciente de los que me veo previsto y faltante. Vacilo así, escondido entre perfumes de añoro en el que aprovecho la tardanza de mi chica para un refugio culpable de la belleza de Magda, prestableciendo un paréntesis elemental para semejante presencia más que elaborada.
    Conforme se beben los cafés y las pláticas comienzan a escucharse, ella persiste en la lectura y asoma la mirada. Levanta la vista cada cierto minuto, indagando en la manera en la que le observo mientras deja percibir una pizca de indiferencia y un estímulo cada vez mayor al ir leyendo las palabras que Lulú pone en su boca. Pinche Magdita, portando esos tonos oscuros entre un torpe chaquetín de cuero y las botas gastadas, adornados a la vez por un verde militar en la mini falda y sólo mostrando la desnudez de sus manos: limitando hasta en mis rutinarias alucinaciones la idea de un fin en el que no puedo siquiera disponerme a sobrepasar. Es de notar el tiempo que se alarga en mi espera y esto continua, siendo ya el guiño tras las gafas de Magdita la señal de que Lulú ha llegado y que, claramente, puedo olvidarme de Nora.
    ¿Quién seré al momento de perder el control ante la lujuria que esto conlleva? Me ha sobrepasado el límite de lo que tolero ante tales circunstancias y me veo, una vez más, entre el nudo en la garganta que me invita al flujo existencial y la pared enana de la fidelidad ante una visualización tonta e irreal. Sin embargo, está justo ahí y la encuentro hermosa, al tiempo en que cierra el libro e interrumpe mi mirada penetrante y extendida de deseo, enviándome esa serie de mensajes subliminales en los que me he encasillado con ese tonto libro. Qué puedo hacer sino dejarme perder aunque sea en esta introvertida fantasía que ha comenzado con el llamado de unas delicadas manos y que ahora describo con ansias de un guarro desdén; nada afectaría en cuanto a Nora sólo y, tal vez, que llegase a encontrarme sentado e inmóvil, perdido y solo en una mesa aislada de este lugar en el que la espero los viernes desde hace dos meses sin saber qué me está pasando.

    Lulú es la que me mira desde unos metros de distancia, sin intenciones de acercarse en lo más mínimo, invitándome a tirar el libro por la ventana y aprovecharme de ella con lo que he entendido de esa lectura, de su escritura, de todas esas situaciones que me sé de memoria y de las que me he perdido durante este último año. Procuro seguir y la inquietud que viene tras el coqueteo en el que se ha emprendido no da más que tiempo muerto y una idea vaga de conciencia en donde aún queda Magda, mi Magdita y el centenar de actos reprimidos que nos llevaron a distanciarnos y el mal sabor de impotencia que ha quedado de todo ello.
    Es el recuerdo de su negación inquebrantable el que perdura, el sinnúmero de ediciones que he realizado a lo que bruscamente paramos sin discreción lo que me trae a esta clase de actos bajos. Imágenes intrapersonales que he implantado para tenerme como propietario de hechos embarazosos y privados en los que no fuimos más que eso, un fingir de sentimientos que poco puedo explicar. El aroma de Magdita no concuerda con la idea, ni el atuendo, ni siquiera esas gafas que ahora muerde mientras frunce el ceño tan sensual. Seis tragos de limonada en mi estómago y ninguna droga. Un tiempo perdido.
    Recién cierro y abro los ojos para despedir esa idolatría ya abnegada cuando encuentro con la mirada a Nora arribando al restaurant. Se ha arreglado demás y lo noto al instante, mientras camina hacia mí reparando a dar un simple saludo a la vieja camarera quien me señala con alegría. Se ha soltado el cabello antes de entrar y porta un suéter nuevo, uno muy de su gusto y nada peculiar. Me sonríe mientras se sienta conmigo, me obliga a olvidar de nuevo todo este embrollo, a decirle lo bien que se ve para salir esta noche.




    Kenne Gregoire, Jonge Schilder en zijn Muze